miércoles, 29 de mayo de 2013

San Miguel con 23 pesos en la bolsa



Mi sopa de letras no tiene sal ni pimienta, el salto del microblogging al blog es meramente anecdótico dada la escasa memoria de éste cocinero virtual, lugares que literalmente no recuerdo haber visitado me obligan a plasmar los olores, vibraciones y rasgos de gente que compartimos instantes; las fotos sólo capturan momentos. ¿Cómo recordar cuando se detiene el tiempo en la vida real?
I
Claude preparó un desayuno francés acompañado de frijoles y tortillas de harina, en la mesa unos chiles curados en hiervas y aceite de oliva, la luz del día me permitía por fin una ubicación, no geográfica, sino armónica, apenas me estaba sincronizando a la energía de un pueblo donde todo es hipersensible; en una silla del comedor, que bien podría ser una pintura, dormían un par de gatos, al lado sonreía el perro más libre que haya conocido, las ventanas de la cocina y la sala también daban al patio, que era la montaña, una especie de planicie y al final, un cañón con una cueva donde dormían las águilas que pasaban tan cerca como para identificarlas sin ser un especialista en aves, era una extraña sensación acogedora en un espacio muy amplio; el paseo por los peñascos que tanto se antojaba, se quedó en intención por que según mis cálculos necesitaría un día entero para conocerlo, tal vez hasta me perdería en éste patio trasero.
Casi no tomo café, pero con ese olor y la vista, tenía que festejar con algo más que un vaso de agua la plática que se avecinaba. Colgados y recargados por todas las paredes había cuadros, ¿De quién son las pinturas? pregunté, -son del hijo de Rosario, se quiere quitar lo cuadrado- en alusión al tema que repetidamente maneja; en Zacatecas hay alguien que dibuja trompos, en Monterrey manzanas, en Oaxaca y el mundo hay miles que pintan flores, en San Miguel, sillas -pensé-; Claude siguió hablando de cómo había llegado a México, del circo de su juventud y todos los oficios que puedan existir en el transcurso de la vida de un marinero y director de teatro, para algunos darle la vuelta al mundo es pasar por Inglaterra, E.U., España, Italia y uno que otro país "exótico", para alguien como Claude “viajar por todo el mundo” significaba precisamente eso.
Dos días después vería una adaptación de una obra de teatro del absurdo realizada por él. No podría ni siquiera intentar escribir sobre la obra porque no soy crítico de teatro, pero espero que al igual que mi visión de la música, el resumen de la crítica sea un -me gusta o no me gusta- y lo que vi realmente me gustó, lo demás lo dejo a mi interpretación, esas son las cosas que no necesito escribir, porque no se me olvidan.

II
Rosario fue la primer persona que identificamos y nos presentó inmediatamente a Rodrigo y Sofi encargados de amenizar charlas, destilar buena vibra y atender el restaurant-teatro, una pequeña presentación de cartas y un montón de cosas en común, y ya teníamos un plan por hacer después de los deberes, en las ciudades le llaman "antrear". La brecha generacional entre Rodrigo y Rosario, a fin de cuentas madre e hijo, se convirtió en una discusión amena sobre la forma ideal de pasársela bien en la parranda y tratar de buscarle una definición, por un lado la bohemia, pláticas con música de fondo, las anécdotas, por el otro, la música a mayor volumen, las carcajadas, mas bien, era maquinar anécdotas antes que contarlas; esa noche la bohemia se acabó temprano y no teníamos opción, es más, no queríamos opciones, después de terminada una función de teatro-cabaret muy divertida y cenar Quiche Lorraine con ensalada caprese, se escuchó un grito de guerra (muy pacífica) -vámonos caminando, que todo está cerca, -dijo Sofi- que a pesar de llevar sólo un mes de vivir ahí, ya conocía los pormenores de los lugares donde se podía parrandear, según su forma ideal -y la mía-. Nos fuimos a un restaurant que de noche se hace bar, donde el estatus social de los comensales era tan importante como el pronóstico del tiempo en Nueva Delhi, saber de dónde eres, si vas de paso o vives ahí, era de momento intrascendente, los ritmos latinos, reggae, eclécticos por necesidad, se bailaban en el patio de una bendita vecindad, así se oía la banda local que parecía que tenían luciérnagas pegadas al cuerpo, íbamos tan bien que la promesa, de sólo un par de rondas, ya estaba rota; el lugar es punto de reunión de artistas, actores y músicos, por lo tanto la improvisación brotó en diversas formas, rap en alemán, latino y en el idioma original, trompetas, guitarristas, las horas pasaban, pero el cuerpo tambaleante de un músico del lugar que había empezado la fiesta evidentemente desde temprano y una amable despedida del gerente nos indicaban que ya era hora de cerrar y movernos a otro lado. Un par de cuadras hacia -no tengo idea- estaba El Limerick, un Pub Irlandés bastante acantinado, en la entrada había una vitrina con envases de cerveza de varias partes y mesas de billar, un DJ, los meseros, la -dealer- en la puerta del baño, las estrobos, muy parecido a un bar de esos de los que vienes huyendo, pero para nada desvirtuaba el momento, al contrario, la gente y el sax en vivo con la música electrónica le daban ese toque, que le resta importancia al mañana; por alguna extraña razón las mejores fotos se toman en esos lugares, aún y teniendo afuera un pueblo declarado patrimonio de la humanidad.
Caminando de subida por Correo enfrente de la famosa Iglesia gótica donde oficiaron misa los Hidalgos, se estaban montando unas gradas para esos espectáculos sabatinos que nunca vez, por que los hacen a la hora que te estás yendo a dormir. ¡Resistencia! levantando el puño nos despedimos de Rodrigo y Sofía que desaparecieron por el callejón que los llevaba a su destino. Ya con la pila seca del cuerpo, más no de la mente, los 40 minutos de regreso a la casa parecieron no existir, hay pláticas que nunca terminan, se auto-alimentan, crecen y se desarrollan hasta quedar dormidas.

III
Lo que se sentía diferente era que ya le pertenecías a la ciudad, estabas entre sus venas, formabas parte del paisaje, dejabas de tomar fotos y empezabas a aparecer en ellas, si bien todavía no sabía dónde estaba el norte o el sur, ya sabía por dónde estaban los lugares y como llegar a ellos, saludando gente al paso, al blusero en la tienda de tapetes de todo el mundo (exótico) -no como los viajes de Claude-, la de las nieves de mamey en el mirador, la encargada de los eventos en la plaza, bueno, parece ser que el deporte nacional es conocer gente al caminar entre calles empedradas; en los eventos ni se diga, empezando con los amigos de los anfitriones, pero hubo uno en especial que se presentó con las mejores intenciones de crítica acerca de la música de la zona, charlando humildemente, intercambiamos ideas y después de recibir elogios a mi profesión, se despidió de todos en el lugar, atravesó la puerta que estaba cerrada al público en general, por cuestiones de horario, e inmediatamente alguien de entre el público se acercó y me dijo: -estabas platicando con el dueño del pueblo- me di cuenta que los títulos nobiliarios no se notan a simple vista.
Regularmente cuando sales de viaje y todo va de maravilla, el momento del regreso es tormentoso, -la vuelta a la realidad- dirían algunos, esa sensación angustiosa de no querer regresar, a muchos les sucede con las playas, a mi me pasa con los pueblos con magia, pero en ésta ocasión esa sensación de negación de la realidad no se hizo presente, la angustia era por regresar a casa con la firme convicción de empezar a escribir los recuerdos; no era la primera vez que iba a San Miguel, mi problema es no recordar cuantas veces he ido, de ahí la necesidad de dejar de olvidar momentos, nombres y lugares dentro de los lugares.
Para haber salido de mi casa el jueves con un billete de veinte pesos y tres monedas, pienso que no me fue nada mal.


Dedicado a Since, Claude, Aida, Rosario, las risas de Estrella, Sofía, Rodrigo y al culpable del link Efraín Sánchez Borges

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